Todos los domingos son días de fiesta en Cayo Hueso, arrabal del capitalino municipio de Centro Habana. Y es que en las intersecciones de las calles Aramburu y Hospital, atraviesa un callejón bautizado por la rumba: el Callejón de Hamel. Nombrado con el apellido de un traficante de origen franco-alemán, Fernando Belleau Hamel, célebre por su generosidad de construir muchas de las viviendas todavía existentes allí a los trabajadores bajo su mando a principios del siglo XX. Esta callejuela, de unos 200 metros de largo, experimentó, de la mano del pintor y muralista Salvador González Escalona, importantes transformaciones que la convirtieron en una puerta abierta a la identidad cultural de los cubanos. Considerado el primer mural en la calle de la cultura afrocubana, el Callejón de Hamel, muestra con orgullo sus infinitas paredes donde sueñan duendes y esclavos ancestrales.
Aunque Salvador posea murales en Filadelfia, New York y Noruega, este logró atraparlo a él y a los visitantes provenientes de distintas latitudes hasta donde ha llegado su mágico sortilegio. Escenario de un proyecto cultural comunitario, el Callejón promueve esencialmente las diferentes agrupaciones que recrean la música de procedencia africana y los ritmos populares, como la rumba y el guaguancó, aunque también se presentan allí cantantes y actores de diversos géneros. Entre prendas congas, el legendario yerbero con sus plantas curativas y mágicas, receptáculos sacros donde habitan orishas, refranes populares, sirenas que nadan en el pavimento, signos del oráculo de Ifá, evocaciones a nuestras tradiciones patrióticas y el surrealismo acriollado de las figuras de Salvador; cada séptimo día de la semana rompe en tremendo jolgorio la "Rumba en el Cayo":
Bajo la enredadera, el sol juguetea entre las doce en punto del mediodía hasta las tres de la tarde, horas en que arden las arterias y revientan los cueros de las tumbadoras y los batá. En melodiosa complacencia, descoyuntan cinturas de ritmo cascabelero y eufóricos gritos de ¡AGUA!, emiten los bailadores en pleno trance de la sabrosura. Diversidad de ritmos se ejecutan con las cucharas y los cajones en su "cumba quin quin quin". Hasta la mismísima Le vié en rose tiene su versión en guaguancó. También hay versos que figuran en las paredes, un Informativo Espiritual de Hamel y la firma en las tejas de cuantos han visitado el lugar: Grupo los Ibeyis, Clave y Guaguancó, Irosso Obbá, Rumbachá, Merceditas Valdés, Celeste Mendoza.
La muchedumbre evoca sus raíces, tiembla el llanto del cuero a la garganta rasgada. El coro crece. Bienvenida la Rumba.
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