El novelista norteamericano Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, fue durante algunos años –de 1932 a 1939–, antes de mudarse definitivamente hacia la Finca La Vigía, el huésped habitual de la habitación 511 –hoy este cuarto es una especie de museo– del hotel de cuatro estrellas Ambos Mundos ubicado en las intersecciones de las calles Obispo y Mercaderes, a solo unos pasos de la Plaza de Armas. De hecho Hemingway lo calificó como “un buen sitio para escribir” por lo atractivo y acogedor de su ambiente arquitectura ecléctica. Desde allí surgieron muchos artículos del destacado escritor para la revista Esquire y varios de los capítulos de su novela “Por quien doblan las campanas” obra maestra de la literatura universal; y también a él se debe la carta del restaurante del hotel –restaurante Plaza de Armas o en el Café Roof Garden–, la cual cuenta con muchas de sus preferencias culinarias y de la cocina cubana e internacional. Allí también se hospedaron Federico García Lorca, Ramón Valle Inclán, el historiador de la Habana Emilio Roig de Leuschering y el cineasta Tomás Gutiérrez Alea (Titón).
Su construcción data de 1923 y oferta 52 habitaciones -tres de ellas suites junior- en un acogedor entorno del siglo XX. Posee además, el Salón Del Monte, en honor al promotor cultural Domingo del Monte, espacio sede para eventos, banquetes, sesiones plenarias, encuentros de negocios, bodas y como galería de arte, con capacidad para 100 personas; y la sala Letrán dispuesta para reuniones ejecutivas privadas. En su ambientación se pueden apreciar obras de pintores cubanos contemporáneos como Flora Fong, Ever Fonseca y Nelson Domínguez.
Un espacioso lobby le da la bienvenida, el cual posee una bella fuente esquinada, moderna, espacio también donde se realizan exposiciones de artes plásticas y presentaciones de músicos jazzistas en el escenario del piano bar. También posee un elevador antiguo de la década del 30.
Aunque no todas sus habitaciones tengan vista hacia la populosa ciudad, las que sí lo poseen le dan la posibilidad no solo de admirar las calles adoquinadas de Obispo y Mercaderes, también los zanqueros, los actores callejeros disfrazados de exuberantes mulatas vendedoras de flores y entonando pregones y hasta un escuadrón de soldados en uniformes ingleses del siglo XVIII.
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