El Cristo de la Habana


Cuba tiene su propio Cristo, así como Brasil tiene el suyo. En la bahía de La Habana, justo en el poblado de Casablanca y observando todo lo que ocurre en ella, se levanta exactamente en la cima de la Loma de La Cabaña a 50 metros sobre el nivel del mayor y está considerado la mayor escultura del mundo en mármol blanco de Carrara realizada por una mujer: la escultora pinareña Jilma Madera. Mide 20 metros de altura y fue inaugurado en 1958, su figura rompe con todos los cánones establecidos sobre la figura religiosa lo que le valió a la autora el premio de un concurso que se organizó con esos propósitos: a diferencia de los demás Cristos que aparecen con los brazos abiertos como el de la montaña de Corcovado en Río de Janeiro, el de Lisboa, Portugal o el de Lubango en Angola. Los 200 000 pesos que ganó en el concurso los destinó a comprar el mármol.

Aunque de formación anticlerical pero simpatizante con la vocación misericordiosa de Cristo, Jilma Madera desechó todos los modelos establecidos y lo esculpió a imagen y semejanza de lo que para ella era la belleza masculina: labios gruesos, ojos oblicuos y vacíos lo cual da la sensación desde que nos mira desde cualquier espacio que nos ubiquemos, rasgos del mestizaje racial de la Isla. Ah, los pies, son los de la misma Jilma, esa es la razón por la que calzan esas sandalias de meter un solo dedo y como las de la época.

Cuentan que el día de la inauguración, Jilma dijo:”Lo hice para que lo recuerden, no para que lo adoren: es mármol”.

Hecho de mármol de Carrara, lugar donde permaneciera durante dos años y de donde extrajo el preciado material en las cercanías desde donde salieron los materiales para las construcciones del imperio romano de Julio César. Se emplearon 600 toneladas de mármol blanco de esta tierra, con un peso específico de 320 toneladas y distribuido en 67 piezas hechas de las canteras de la mencionada localidad italiana. Allí fue realizado el tallado de las 67 piezas, que posteriormente fueron enviadas a Cuba bien protegidas, y por las cuales la escultora un seguro por cada una, además de traer un bloque de mármol en bruto que usaría años más tarde al verse afectada la escultura por un rayo –bloque del que guardara un fragmento en su casa de Lawton–; además de que dirigió a los hombres que, auxiliados por una grúa, colocaron cada pieza en su lugar.

Autora también del busto a Martí en el Pico Turquino, al cual adoraba porque consideraba su obra maestra, Jilma Madera fue una mujer enérgica, pero también dulce y sensual; su trabajo fue reconocido en la década del 40 en Europa. Era oriunda de una finca en San Cristóbal, de la cual nunca se desapegó de sus raíces.

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